Sunday 8 August 2010

¡Cuánto poder!

"Cuando veo a un niño veo la voluntad de poder" Friedrich W. Nietzsche

Cierro los ojos y emergen los colores nítidos e intensos con que un niño percibe el mundo exterior. Veo todo sin preocupación y de una manera muy parecida a mi mundo interior. Puede que en la escena haya figuras infantiles –simples y con colores primarios-, pintadas sobre el paredón blanco que da a la plaza de mi pueblo, aquella en que los niños de las dos escuelas nos encontramos a jugar todas las tardes.

Pocas cosas deben evocar más a la vida que estos espacios repletos de voces de niños, esas voces que hablan todas a la vez (como pasa en los recreos del jardín de infantes), espacios entremezclados con gorjeos y trinos de los más vivaces pajarillos. Parece como si los ruidos del mundo adulto (conversaciones sobre política y deportes, ladridos de las mascotas, autos que circulan e inclusive el último hit que pasan en radio) se escucharan desde un más allá, desde un plano poco importante para mis intereses. Esta sinfonía desordenada solo podrá ser interrumpida por mis padres, cuando ellos nos llamen a mí y a mi hermana para emprender el regreso a casa.

¡Cuánta diversión! Me siento tan cómodo con esta remera de algodón, bermudas verdes y estas zapatillas negras, que no tienen más que sofisticación necesaria para correr de juego a juego, del tobogán al sube-y-baja, y de allí a la hamaca, muy cerca de nuestras bicicletas. Mi hermana viste buzo verde, pantalón azul y zapatillas rojas. Lleva el cabello recogido en dos trenzas y, al igual que yo, no tiene otra preocupación que hamacarse hasta tocar el cielo. ¡Cuánto poder! ¡Esto es libertad! Fuera de toda esa determinación de tiempo y espacio que parece llevar marchando a los adultos como si fueran soldados desfilando. Solo importa la suspensión de mi pensamiento, de mi atención y de esa concentración que debo utilizar cuando estoy en la escuela, sentado en mi pupitre marrón, escuchando a la señorita Elda que nos habla con su voz de algodón y sonríe iluminando cada una de sus enseñanzas. Ella es mi señorita maestra, la misma que en la tele que enseña a sus "palomitas blancas" entre recreo y recreo.

Pero volvamos a la hamaca. No importa qué hora es. Los recuerdos pueden ir y venir, lo importante es que siempre serán de cosas recientes. Son tan desprovistos de pensamientos que parecen aquellos juguetes que más supe querer, por ser, precisamente, los que más secretos míos han guardado. Si me piden que me acuerde de algo, seguramente será de juegos con mis amigos. Ni siquiera recordaré quién ganó y fue premiado, o quién perdió y tuvo que pagar la prenda. Lo que más importa es jugar, porque jugar es ejercer el juego, y porque ejercer las cosas es la mejor forma de sentirme vivo ¡Cuánto poder!

Mientras me hamaco escucho una canción simple, de esas que no debe tener más de dos o tres tonos, pero que me viene desde algún recuerdo fuerte ¿Un recuerdo de antes o un recuerdo de después? No importa el origen, hasta la pregunta parece no tener sentido ¿Y qué importa el sentido? Lo que importa es que está y se escucha. Mi hermana parece hablarme, debe ser que ya es su turno de ser hamacada. Yo tarareo la canción y sigo en lo mío. La canción dice: "Voy en una sola dirección, la del viento en mi corazón, aquí en la hamaca (hamaca, hamaca, en la hamaca).. Los recuerdos vienen y se van, sólo quedan esos que me dan sentimientos parecidos al movimiento que solo consigo aquí en la hamaca (hamaca, hamaca, en la hamaca)".

Es una canción preciosa. Ahora me parece sentir que mi hermana también la está cantando. Parece como si todo hubiera quedado suspendido de sentido, pero eterno de duración, y que hubiera quedado todo preparado para que la canción siga su curso hasta llegar al primer plano de esta escena y lograr que comencemos todos a cantarla ¡Cuánto poder! ¡No puedo creer que todos los niños la estén cantando!

Creo que nunca voy a olvidarla, sobre todo en este momento que abro los ojos y me veo mucho más grande, urbano, adulto y sofisticado que el niño que se hamacaba en la plaza del pueblo.

Entonces sonrío mientras pienso: "La pucha, qué poder el de ser niño".

F.M

Hamacandose[3]

Nota: Las escenas y personajes son reales de mi pueblo. Y la canción "La hamaca" puede ser escuchada en el disco "Logo" (2007) de un tal Kevin Johansen.

Friday 6 August 2010

Sobre “hacer radio” en contextos de glocalización

Esta entrada está dedicada a todas aquellas personas que aún se estremecen ante la magia de la radio. Es que muchos de nosotros, aunque vivamos en tiempos en que la imagen ha ganado predominio absoluto por sobre la palabra y el texto, aún seguimos escuchando un programa, un micro de noticias, un spot comercial o una entrevista desde nuestros hogares y/o trabajos. Pero ¿qué es lo que tiene la radio como para ser una práctica que nunca ha caído derrotada en plena evolución de las tecnologías de la comunicación? 

En primer lugar, y desde la perspectiva del que está del lado del estudio de emisión, la radio anula la imagen de los interlocutores y eso hace que no haya que, por ejemplo, hacer grandes producciones estéticas (a excepción de programas que salen al aire vía duplex). No es que los entornos donde priman los diseños estéticos y espaciales sean más frívolos, pero sí hay algo del orden de la espontaneidad que se gana en radio por sobre la TV. Y si bien es cierto que un conductor de TV tiene un apuntador que le va acercando mensajes en carteles escritos con letras grandes, él debe tener la habilidad de poder leer sin que eso quede demasiado evidente al telespectador. En cambio, el conductor de radio puede tener sobre su mesa todos los papeles y en el grado orden/desorden que él esté acostumbrado a trabajar.

Se dice que en contextos de primacía de la imagen se tiende a achicar el espacio para proyectar contenidos imaginarios. Digamos, la relación entre las palabras y las cosas recorre ligazones simbólicas propias del lenguaje que se esté hablando (o escribiendo), y la imaginación del lector funcionará como mediadora entre significado y sentido. Aquellos que tienen el hábito de leer libros saben muy bien que una novela bien escrita dispara inevitablemente el trabajo de la imaginación, aunque muchas palabras que se utilizan tengan significados biunívocos. Este modo de funcionar la imaginación no es propio ni del radioescucha ni del telespectador, pero sí del lector de periódicos, libros, revistas, gacetillas, etc.

Ahora bien ¿cómo sería que funciona la imaginación en una comunicación como la que se da en TV? Aquí tenemos que agregar una dimensión que es decisiva: la gestualidad, que opera como uno de los principales factores de significación (fundamentalmente en casos de diálogos o debates). Hay varios programas de TV basados en este tipo de comunicación; sin embargo, eso de que “el tiempo es tirano” termina condicionando las comunicaciones. De todos modos, ésa era una excepción porque en las comunicaciones basadas en la imagen termina siendo más decisivo el “fondo” que la “figura”.

Finalmente, y a ésto quería llegar, en el caso de las comunicaciones basadas en lenguaje verbal (como las que se dan vía éter) sólo hay palabras, acordes musicales, onomatopeyas y otras formas de sonidos que, quienes hacen radio, deben poder crear combinaciones que sean cada vez más novedosas e inquietantes para las personas que están del otro lado del receptor, escuchando. ¿Qué significa “novedosas e inquietantes”? Pues que sabiendo que aquí ya no hay ni ligazones biunívocas ni gestualidad, queda un espacio de intersubjetividad mucho más amplio para ser llenado con la imaginación tanto de conductores como de oyentes. Y aquí radica el punto nodal de “la magia de hacer radio”.

Queda otra dimensión y es, precisamente, la del contexto glocal. Este tipo de contexto aporta elementos desde lo más local hasta lo más global, de modo que es esperable que, en comunidades con fuertes lazos sociales, la radio tenga mayor incidencia comunitaria que en ciudades más insertas en la gran orquesta global. En el primer caso, la radio es un contribuyente decisivo a la práctica cotidiana de construcción identitaria de la comunidad en tanto aporta componente local, mientras que en el otro caso, se tiende a contribuir componente global e hibridación a esas construcciones. Conozco ejemplos de ambos casos y puedo asegurar que ambos funcionan, de modo que la tarea de “selección de contenidos” comienza a ser clave en la misión de cada radio que suena en el éter (o se difunde a través de la Internet). 

Una de las tendencias que justamente se inaugura a partir del papel relevante que tiene la instancia de “selección de contenidos” es el de abrir el juego a otros actores. Se trata de “pensar globalmente y actuar localmente”; de incorporar el criterio participativo a través del cual los propios actores sean quienes escriben o narran los relatos, las crónicas, las noticias y las significaciones que de ellas hace la comunidad local pero incorporando componentes globales. Esto supone un rescate de lo glocal como contexto desde el que se asigna significado a un evento y una práctica de la ciudadanía y convertirse ipso facto en protagonista de su propia narrrativa. Por ejemplo, el “periodismo social” o “periodismo ciudadano” se caracteriza por descentralizar el foco no sólo de la noticia sino también el de la fuente. Será cuestión de grados qué tan desregulado sea este sistema de producción de noticias –algunos estarán más descentrados que otros-, desplazando el rol del periodista más al de un facilitador que el de un interpretante de las noticias.

En todo caso, no podemos negar que casi concluyendo la primera década del siglo XXI estamos asistiendo a tiempos de transición hasta en el modo de “hacer radio”, en el modo de hacer noticias, en el modo de comunicarnos, en el modo de construir identidades sociales y en el modo de insertar nuestras comunidades en la gran orquesta global.

F.M

Radio[3]